Autor: Fernando Hualde
Periódico: Diario de Noticias
Fecha: 30 de noviembre de 2003
Monumento a los Fueros |
El
Monumento a los Fueros, en el pamplonés Paseo de Sarasate, está de cumpleaños.
Nada menos que 100 años, un siglo. Se acabó de hacer en el año 1903 en memoria
de la movilización popular que protagonizó Navarra en los años 1893 y 1894 en
defensa de sus Fueros, contra el Proyecto de Ley que Germán Gamazo, Ministro de
Hacienda, quiso aplicar a Navarra. Cien años después sigue sin inaugurar, y lo
que es peor, institucionalmente pasamos de puntillas ante tan señalada fecha.
La verdad es que sorprende, y duele,
comprobar cómo el Gobierno de Navarra con una exposición y dos elevadores se
ventila de un plumazo una efeméride tan importante como lo es el centenario en
Pamplona del Monumento a los Fueros; y vaya por delante que tanto la exposición
como los elevadores me parecen bien, pero deben de reconocer nuestros
gobernantes que no es de recibo la desproporción que existe entre los actos
conmemorativos del XX aniversario del Amejoramiento del Fuero y los actos que
han preparado con motivo del centenario del monumento. Ya sé que alguno pensará
que es más importante el Amejoramiento que el monumento, y en su derecho está a
opinar así, pero vaya también por delante que un servidor no es de los que así
piensa, que un servidor entiende que detrás de la construcción del Monumento a
los Fueros está el homenaje a una actitud valiente, a una actitud de compromiso
que Navarra entera en un momento dado supo protagonizar, y lo hizo entonces
proclamando y exigiendo a las autoridades de Madrid que su condición foral debía
de ser respetada. Entiendo, por tanto, que los Fueros, y la defensa de ellos
que se materializó en la “Gamazada” –que es lo que simboliza el Monumento a los
Fueros-, merecen una conmemoración y un homenaje mucho más solemne que el que
se les ha preparado, que peca de pobre, de tímido, y de políticamente correcto,
actitudes estas que en nada se corresponden a las que mantuvieron los navarros
en aquellos años de 1893 y 1894. Bien está que a los navarros se nos dé la
posibilidad de ver de cerca el monumento, pero esto se queda en puro folclore
oportunista si detrás de este gesto no subyace un interés claro en hacernos
sentir más de cerca los Fueros y lo que el monumento representa.
El centenario del Monumento a los
Fueros es, o debiera de ser, una buena ocasión para sacudirse los complejos
provincianos, para recordar nuestro pasado como Reino, como estado, para
reencontrarnos con nuestra historia y con todo nuestro patrimonio, para
corregir errores políticos que venimos arrastrando desde hace ya demasiado
tiempo. A cambio de todo esto se nos ofrece una conmemoración discreta -no vaya
a ser que alguien nos equipare al Plan Ibarretxe-, impregnada de servilismo
institucional, y lejana, muy lejana, de aquél espíritu fuerista que hace ciento
diez años dio al traste con un ministro que quiso ser nefasto para los
intereses de Navarra.
Precedentes
Para mejor entender todo el proceso de
regresión foral que derivó en las movilizaciones de la Gamazada es obligado
mirar hacia atrás, en donde fechas como 1512, 1521 y 1524 son claves dentro de
nuestra historia como Reino. Es en aquellos tiempos cuando los Fueros de
Navarra inician un proceso progresivo en el que nuestros derechos se van viendo
recortados y mutilados. Los años de 1839 con el pacto de Bergara, y de 1841 con
la firma de la Ley
Paccionada , suponen una nueva agresión a nuestro régimen de
libertades en donde Navarra pierde para siempre su condición de Reino para ser
una provincia más, eso sí, con una cota todavía de derechos que hoy muchas
autonomías quisieran, aunque no los suficientes para evitar en 1876 la
intromisión del Estado que, entre otras cosas, le privó a Navarra de su derecho
a nombrar los profesores de primera enseñanza, algo que se nos vino dado desde
Zaragoza, y casualmente por obra y gracia de un ministro, el de Fomento,
llamado Germán Gamazo y Calvo.
Es así como en noviembre de 1885
fallece el rey Alfonso XII. Le sucede en el trono la reina regente, que a su
vez facilita un periodo de alternancia de poder en el gobierno de la nación
entre conservadores y liberales con sus respectivos cabecillas Cánovas y
Sagasta. En 1890 el estado económico de las arcas del estado se vio seriamente
agravado por las luchas en las posesiones de Marruecos, así como en la
insurrección en Cuba y en Filipinas, que motivaron un fuerte incremento de los
gastos previstos por el estado. Había que sostener un ejército, por lo que el
Gobierno optó por recrudecer su política fiscal. Es así como en 1893, estando
el poder de la nación en manos del Partido Liberal Fusionista y siendo Práxedes
Mateo Sagasta el presidente del Consejo de Ministros, el entonces ministro de
Hacienda, el ya mencionado Germán Gamazo y Calvo, presentó con fecha 10 de mayo
de 1893 su proyecto de Ley de Presupuestos en el que a través de su artículo 17
pretendía aplicar a Navarra la legislación tributaria general, sin tener en
cuenta la Ley
Paccionada del 16 de agosto de 1841. Aquél polémico artículo
decía: “El Gobierno usará inmediatamente
de la autorización que le otorga el artículo 8º de la ley de 11 de julio de
1877 para aplicar a la provincia de Navarra las contribuciones, rentas e
impuestos que actualmente rigen, y los que por la presente ley se crean en las
demás provincias del Reino”.
Como se ve este artículo no se refería
solamente a imponer a Navarra las cédulas personales, sino todas, absolutamente
todas, las contribuciones de carácter general. Para que se haga una idea el
lector toda esta palabrería del texto de Gamazo significaba un incremento de
dos millones de pesetas anuales –de las de 1893- en la aportación de Navarra al
estado. De esta manera quedaban anulados numerosos derechos forales y quedaría
Navarra equiparada al resto de las provincias.
Aquél Proyecto de Ley que preparó
Gamazo recibió una inmediata respuesta desde Navarra. La corporación foral, en
sesión extraordinaria el 16 de mayo firmó lo que se denominó la Protesta oficial, en la que elevó a las Cortes
españolas su rechazo, su disconformidad, y su preocupación por la alarma que podía
generar en Navarra. Este comunicado fue impreso posteriormente y enviado a
todos los ayuntamientos navarros, a las Diputaciones de las provincias
vascongadas y de Cataluña, y a las sociedades regionalistas; así pues, desde
ese momento, una a una, fueron floreciendo por toda la geografía foral las
quejas y rechazos al capricho de Gamazo.
A todos estos posicionamientos
institucionales le siguió de inmediato la movilización popular; y si algo llamó
la atención en Madrid fue la unanimidad de todos los navarros en la defensa de
sus fueros, unanimidad de los partidos políticos, unanimidad de la prensa local
y provincial, unanimidad de las sociedades de recreo, de los gremios... Y esta
unanimidad quedó reflejada en la convocatoria de una primera movilización
popular en la jornada del 28 de mayo en la que miles de personas salieron a la
calle en Pamplona, Tudela, Estella, Tafalla, Aoiz, Mendigorría, Cascante, y un
largo etcétera de poblaciones. El propio Ramón Eseverri, vicepresidente de la Diputación Foral ,
recibió a una comisión de los manifestantes de los que escuchó su apoyo, y a
los que dijo estas comprometedoras palabras: “Ser prudentes es hoy nuestro deber y lo seremos hasta el último grado;
pero si las amenazas se realizan, nuestro deber será entonces ser enérgicos y
valientes, y lo seremos también, hasta lo infinito, no permitiendo que por nada
ni por nadie se nos arrebate lo que es nuestro. Decíd a ese pueblo que os
envía, que hace muy bien en confiar ciegamente en su Diputación, (...). Aquí, en
esta misma mesa, con la mano puesta en los Santos Evangelios y la vista fija en
la imagen del Crucificado, juramos todos defender en su pureza nuestros
sacrosantos Fueros, y no habrá poder en la tierra que nos haga faltar a nuestro
juramento; estamos dispuestos a todo, a todo... ¡hasta al sacrificio de nuestra
vida si fuera necesario!”.
Hay que tratar de entender el ambiente
fuerista y el fervor popular de aquellos días para comprender la actitud del
sargento López Zabalegui quien, al grito de ¡Viva Navarra foral” se alzó en
armas provocando un grave conflicto a nivel estatal.
Aunque justo es reconocer que los ecos
de esta revuelta fuerista en buena medida se vieron diluidos con la
convocatoria una manifestación provincial para el 4 de junio. A pesar de las
trabas gubernativas –hasta la noche del día 3 no se conoció la autorización del
Gobierno Civil para celebrar este acto-, la manifestación fue un auténtico
éxito del que toda Navarra fue partícipe. En la prensa estatal no se hablaba ya
de otra cosa que de “la cuestión navarra”
y del pulso que los navarros le estaban echando al estado.
La manifestación marcó, sin duda, un
antes y un después. De ella nació la Junta Fuerista , constituida el 12 de junio de
1893. Y es precisamente en aquella reunión constituyente donde se acuerda “llevar a buen término la erección de un
monumento a los Fueros en el cual se perpetúe también la memoria de la gran
manifestación provincial celebrada el día 4 de junio; pensamiento que ya ha
sido iniciado por los señores don Manuel Jimeno y don Friaco Iraizoz. (...) Que
el monumento sea erigido en el Paseo de Valencia, frente al palacio provincial;
y para llevar a cabo la obra se abrirá una suscripción popular fijando la cuota
máxima para los particulares en 25 pesetas. (...) Que para estudiar la manera
de realizar el pensamiento y los medios más oportunos y eficaces, se nombre una
comisión compuesta de cinco individuos”.
Ciertamente, como reconocía el acta de
la Junta Fuerista ,
la idea de levantar este monumento había sido expuesta por Friaco Iraizoz,
escritor humorista, a principios de junio en todos los medios provinciales; la
idea había tenido una acogida inmejorable.
Mientras todo esto sucedía, y mientras
la idea se consolidaba, la
Diputación Foral recibía la invitación de Gamazo para acudir
a Madrid “con objeto de conferenciar con
este Ministerio acerca de la forma de realizar el concierto económico”; era
ya 30 de enero de 1894. Obviamente el ministro se pasaba por el arco del
triunfo todas las quejas de Navarra, incluidas las ciento siete mil firmas que
se le presentaron a la Reina.
La cita en Madrid era para el 15 de
febrero, y allá que fueron los diputados navarros arropados por todos sus
representados. Miles de personas acompañaron
en Pamplona a la corporación foral hasta la estación, y cientos de navarros les
recibieron en Madrid ante la sorpresa de las autoridades madrileñas.
Gamazo les dijo que la Ley se iba a aplicar, y ellos
le dijeron que de eso nada, es más, frente al papel que les sacó el ministro
para que lo firmaran aceptando, ellos sacaron otro, firmado ya, recordando el
pacto de 1841 y diciendo que la postura de Navarra no admitía concesiones.
Seguidamente se entrevistaron con el Presidente, Sagasta, al cual le dijeron
que era todo innegociable. Y más rotundos fueron todavía si cabe ante la Reina M ª Cristina, la cual
tuvo que sufrir el desplante de los diputados carlistas quienes, para colmo de
males, entendían que estaba usurpando el trono.
Esta última, sin embargo, fue la más
sensata, y tras la marcha de la comisión navarra hizo llamar al General
Martínez Campos, su asesor, que estaba al mando de todas las tropas del tercio
norte peninsular, para pedirle su consejo. Y tuvo que ser Martínez Campos quien
sentenciase dándole a la reina el siguiente consejo: “Señora: si se tratase de otra provincia podíamos pensar en imponer la
ley general empleando la fuerza si fuera preciso; si se tratase de Navarra
aisladamente, aún podríamos ir por ese camino. Pero debemos comprender que
Navarra tiene a su lado a las tres vascongadas, y que si se apela a la fuerza
contra aquella, harán causa común todos los vasco-navarros y, lo que es peor,
con ellos todos los carlistas de España, que provocarían un levantamiento en aquellas
provincias para darle carácter general, y en tal caso se encendería nuevamente
la guerra civil. En atención al peligro que corremos, entiendo debe
sacrificarse a Gamazo y resolver el problema accediendo a lo que pide Navarra.
Entrar ahora en una nueva guerra supondría más gasto que lo que se pueda
recaudar con esa ley a Navarra”.
El 8 de marzo el Gobierno destituía al
ministro Gamazo, y el polémico proyecto de ley era retirado. Para entonces
Navarra, con su postura valiente en defensa de sus derechos, había conseguido
que la opinión pública española se volcase en buena medida con su causa.
Especialmente emotivo fue el recibimiento que la corporación foral tuvo en la
estación de Castejón a su regreso de Madrid.
Esta postura
valiente de Navarra y la memoria de las movilizaciones populares de aquellos
meses son las que se quiso perpetuar erigiendo el monumento cuyo centenario
conmemoramos en estos días. Esto significa. Se suele decir que “lo que no se celebra no se merece”. Y
una exposición y dos elevadores no es celebrar.